martes, 7 de abril de 2020

Wenceslao Sierra Deliz



Grupo Guajana: el más influyente colectivo
que ha surgido en la Poesía Puertorriqueña.
  
Poco se podría escribir sobre la influencia literaria de la denominada Generación del ‘60 si no se toma en cuenta la importancia que dejó la aportación del Grupo Guajana.
Transcurría la revoltosa década de los ‘60 y en Puerto Rico se comenzaba a sentir las repercusiones que trajo la creación del Estado Libre Asociado (ELA) en 1952Consecuencia lógica de esta nueva realidad fue una transformación total en los aspecto económico y social.
En septiembre de 1962, unos jóvenes que provenían mayormente del Departamento de Estudios Hispánicos del Recinto de Río Piedras de la Universidad de Puerto Rico, entre los que se encontraban José Manuel Torres Santiago, Andres Castro Ríos, Edgardo López Ferrer, Vicente Rodríguez Nietzsche, Marcos Rodríguez Frese y Wenceslao Serra Deliz integraron lo que se conocería como el Grupo Guajana. Más adelante se les unirían, Antonio Cabán Vale «El Topo», Ánjelamaría Dávila, Ramón Felipe Medina, Edwin Reyes, Juan Sáez Burgos y unos cuantos más.
Fue a fines de 1962 que, como órgano oficial de estos escritores, surgió la Revista Guajana, que desde sus primeras ediciones provocó una revolución en el ámbito de nuestra Poesía Nacional. Esto fue así debido a que ellos implantaron un nuevo fenómeno que, sin pretender, rompía con las tendencias literarias de la generación anterior.






POR UNA PALABRA


A comienzos de la década del 1960 nuestro profesor de literatura puertorriqueña de la Universidad de Puerto Rico en Río Piedras afirmó que el gobernador Luis Muñoz Marín había logrado que nuestro insigne y querido compositor Rafael Hernández cambiara una palabra, una simple palabra, de su patriótica y famosa canción Preciosa. La palabra en cuestión era algo así como el alma de ese famoso texto. “Tirano” fue cambiado por destino. En lugar de no importa el tirano te trate con negra maldad, leería no importa el destino te trate con negra maldad, según la escuché con sorpresa y desazón en la versión de Jorge Negrete. Es muy probable que ni Muñoz ni el mismo autor previeran el escándalo que esto causaría en un pueblo que, a pesar de las ideologías y vaivenes políticos, siempre ha exhibido un fuerte nacionalismo cultural. Máxime cuando previo a eso el gobernante y poeta había tratado igualmente de que el compositor hiciera algunos cambios a su popular canción Lamento borincano, logrando tan solo el rechazo del artista.
Cuando nos enteramos del cambio en esa palabra de Preciosa, Hernández estaba recluido y muy enfermo en el Hospital de veteranos, ubicado entonces en la avenida de Diego en Santurce. Los miembros de la Federación de Universitarios Pro Independencia nos reunimos en sesión urgente y decidimos organizar una marcha y piquete como reacción a lo que veíamos como un ultraje a una canción que se consideraba como un patrimonio nacional. Igual rechazo se produjo en otros sectores, según explica Jaime Rico Salazar en su libro Cien años de boleros.[1]
Ni tardos ni perezosos, organizamos la marcha y fuimos hasta las proximidades del hospital, vociferando indignación nuestra protesta por la ofensa recibida en el cuerpo de aquella canción que ya era una bandera más de nuestro acervo cultural y bohemio. Estuvimos alrededor de una hora haciendo la ronda del piquete frente al edificio donde convalecía el maestro.
Recuerdo que en cierta ocasión un periodista le preguntó al cantante mexicano Marco Antonio Muñiz – ex integrante de los “Tres ases” en cuyo país Hernández escribió aquella canción- porque razón él la cantaba usando la palabra “tirano”. El artista respondió con entereza que se debía simplemente a que esa era la letra original.
Sin embargo, yo no había tenido-ni tengo- constancia de la afirmación que hace el mismo Rico Salazar en el sentido de que nuestro “jibarito”, al percatarse de su grave error, restituyó la letra original.
Siempre he guardado un recuerdo muy vivo de aquella manifestación estudiantil universitaria, la única en su clase, en la que protestamos con indignación por el cambio de una simple palabra una canción que ya se había convertido para todos los puertorriqueños en otra “canción del alma”. Una vez más se hizo evidente la fuerza extraordinaria de los símbolos.
Wenceslao Serra Deliz
Libro: La memoria que no cesa



[1] Rico Salazar, Jaime. Cien años de boleros. Bogotá, Centro Editorial de Estudios Musicales, p.172.



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