Grupo Guajana: el más influyente colectivo
que ha surgido en la Poesía Puertorriqueña.
Poco se podría escribir sobre la influencia literaria
de la denominada Generación del ‘60 si no se toma en
cuenta la importancia que dejó la aportación del Grupo Guajana.
Transcurría la revoltosa década de los ‘60 y en
Puerto Rico se comenzaba a sentir las repercusiones que trajo la creación
del Estado Libre Asociado (ELA) en 1952. Consecuencia lógica de esta
nueva realidad fue una transformación total en los aspecto económico y
social.
En septiembre de 1962, unos jóvenes que provenían
mayormente del Departamento de Estudios Hispánicos del Recinto de Río Piedras
de la Universidad de Puerto Rico, entre los que se encontraban José
Manuel Torres Santiago, Andres Castro Ríos, Edgardo López
Ferrer, Vicente Rodríguez Nietzsche, Marcos Rodríguez
Frese y Wenceslao Serra Deliz integraron lo que se
conocería como el Grupo Guajana. Más adelante se les
unirían, Antonio Cabán Vale «El Topo», Ánjelamaría
Dávila, Ramón Felipe Medina, Edwin Reyes, Juan Sáez Burgos y
unos cuantos más.
Fue a fines de 1962 que, como órgano oficial de estos
escritores, surgió la Revista Guajana, que
desde sus primeras ediciones provocó una revolución en el ámbito de nuestra
Poesía Nacional. Esto fue así debido a que ellos implantaron un
nuevo fenómeno que, sin pretender, rompía con las tendencias literarias de la
generación anterior.
POR
UNA PALABRA
A comienzos de la década del 1960 nuestro profesor de
literatura puertorriqueña de la Universidad de Puerto Rico en Río Piedras
afirmó que el gobernador Luis Muñoz Marín había logrado que nuestro insigne y
querido compositor Rafael Hernández cambiara una palabra, una simple palabra,
de su patriótica y famosa canción Preciosa. La palabra en
cuestión era algo así como el alma de ese famoso texto. “Tirano” fue cambiado
por destino. En lugar de no importa el tirano te trate con negra
maldad, leería no importa el destino te trate con negra maldad,
según la escuché con sorpresa y desazón en la versión de Jorge Negrete. Es muy
probable que ni Muñoz ni el mismo autor previeran el escándalo que esto
causaría en un pueblo que, a pesar de las ideologías y vaivenes políticos,
siempre ha exhibido un fuerte nacionalismo cultural. Máxime cuando previo a eso
el gobernante y poeta había tratado igualmente de que el compositor hiciera
algunos cambios a su popular canción Lamento borincano, logrando tan
solo el rechazo del artista.
Cuando nos enteramos del cambio en esa palabra de Preciosa,
Hernández estaba recluido y muy enfermo en el Hospital de veteranos, ubicado
entonces en la avenida de Diego en Santurce. Los miembros de la Federación de
Universitarios Pro Independencia nos reunimos en sesión urgente y decidimos
organizar una marcha y piquete como reacción a lo que veíamos como un ultraje a
una canción que se consideraba como un patrimonio nacional. Igual rechazo se
produjo en otros sectores, según explica Jaime Rico Salazar en su libro Cien
años de boleros.[1]
Ni tardos ni perezosos, organizamos la marcha y fuimos
hasta las proximidades del hospital, vociferando indignación nuestra protesta
por la ofensa recibida en el cuerpo de aquella canción que ya era una bandera
más de nuestro acervo cultural y bohemio. Estuvimos alrededor de una hora
haciendo la ronda del piquete frente al edificio donde convalecía el maestro.
Recuerdo que en cierta ocasión un periodista le
preguntó al cantante mexicano Marco Antonio Muñiz – ex integrante de los “Tres
ases” en cuyo país Hernández escribió aquella canción- porque razón él la
cantaba usando la palabra “tirano”. El artista respondió con entereza que se
debía simplemente a que esa era la letra original.
Sin embargo, yo no había tenido-ni tengo- constancia
de la afirmación que hace el mismo Rico Salazar en el sentido de que nuestro
“jibarito”, al percatarse de su grave error, restituyó la letra original.
Siempre he guardado un recuerdo muy vivo de aquella
manifestación estudiantil universitaria, la única en su clase, en la que
protestamos con indignación por el cambio de una simple palabra una canción que
ya se había convertido para todos los puertorriqueños en otra “canción del
alma”. Una vez más se hizo evidente la fuerza extraordinaria de los símbolos.
Wenceslao Serra Deliz
Libro: La memoria que no cesa
[1] Rico Salazar, Jaime. Cien años
de boleros. Bogotá, Centro Editorial de Estudios Musicales, p.172.

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